

Un chiste puede ser muy peligroso porque, tal cual contiene algo de verdad, también puede ser una mentira. Por esto es importante evitar los chistes de mal gusto. Sin embargo, reír de un chiste malo reconociéndolo como tal también puede, sagazmente, hacerlo revelar verdades.
Esto es el punto de partida de Después de mí, el diluvio; un chiste con el tono de prejuicio hacia el Zaire. A partir de él se desenlaza una escena que expone un proceso triangular de producción de individualidades en un diálogo entre dos personajes: el Hombre y la Interprete. Siguiendo las formulaciones de Edward Said en su Introducción a Orientalismo (2003), resonando a las teorías de Althusser en Ideología y aparatos ideológicos del Estado (2008), esta escena permite leer cómo la enunciación de un discurso permite crear sujetos, en su sentido de sumisión, y perpetuar ideologías que forman sujetos a partir de esta misma sumisión en un contexto circular.
A través de una lectura althusseriana de cómo el sujeto se forma por una interpelación del individuo por una ideología, esta obra de Luïsa Cunillé expone las dinámicas según las cuales en una relación colonialista uno se define en contraposición a la “imagen, personalidad y experiencia del otro” (Said, 2003, p.20). Esto es, la construcción de individualidades por un discurso de dominación del otro. Sin embargo, en su contrapartida, la obra presenta también un modelo de subversión a esta institución.
El personaje Hombre es una caracterización de un viajante occidental. Es un hombre de negocios que habla de empresas multinacionales, las cuales la Interprete nunca ha escuchado, pero que vienen de Europa y EEUU y que él supone que todo el mundo conoce. El Hombre se siente cómodo donde se encuentre, por eso está descalzo en el pasillo del hotel, y se ve autorizado a diferentes peticiones: pide la mano de la Intérprete para leerla y que suelte el pelo, son pedidos constantes que se revelen y que se demuestre a su utilización. Como la relación entre la cortesana egipcia y Flaubert que Edward Said presenta en la introducción de Orientalismo, hace su contraparte como sujeta sumisa porque “puede hacer que lo sea” (2003, p.25)..
A lo largo del diálogo, la Intérprete se revela según una entrevista por el Hombre, resonando la interpelación del sujeto de Althusser, y analizada por Judith Butler (Butler, 1997). La personaje Interprete es construida a partir de la interpelación por el personaje Hombre, y en esto mantiene una especie de sumisión a la posición de él en la conversación. Él invoca, y ella responde, hasta sentir que la está “poniendo a prueba”.
La construcción de los dos personajes busca establecerlos como exentos de intereses. Así, realiza una alegoría de la manera disimulada en que trabaja la ideología. Sin embargo, los matices de cómo ellos se posicionan en una “negociación” permiten comprender diferentes perspectivas que asumen.
El hombre de negocios no necesariamente tiene un interés particular en las negociaciones – hoy día los mediadores de negocios son tan importantes como las partes que firman un acuerdo. Su papel es buscar su mejor beneficio donde dos partes quieren algo. Así podemos entender por la manera que parece conocer diferentes negocios e incluso buscar compradores para la granja de su amigo belga. Él buscará oportunidades para sí mismo donde dos personas buscan un acuerdo.
La intérprete, por su vez, está en el medio de las dos partes de una negociación. Sin embargo, a diferencia de su contraparte, debe hacer una mediación en que cada lado se entienda, pero no debe asegurarse que se encuentren de acuerdo. Conoce bien a los dos lados y puede hacerlos entenderse, pero no participa directamente de la negociación y debe buscar ser ausente. Ella buscará que el acuerdo sea claro entre las dos partes. Es la cara de la ideología que se hace desinteresada, pero que puede servir a un o al otro.
El clímax de la escena ocurre cuando una persona viene a pedir al Hombre que le ayude con su hijo. Aquí la llamaremos Interpretado, porque habla a través de la Intérprete. Conforme avanza esta etapa de la narración, la figura de la Intérprete y del Interpretado confunden sus voces. Ya no se sabe si es la Intérprete, o si es este tercer personaje quien habla, pero las hablas salen por la Intérprete. Aunque, al inicio de la conversación, él mismo ya no se veía cómodo que su intérprete fuera una mujer, lo que expone las dificultades de cómo uno se encaja en un juego de representaciones.
Durante la negociación en que se ponen, ambos los lados delinean aquello que uno quiere ser y quiere que el otro vea, un intercambio entre deseos que dibuja las líneas donde sujetarse al otro y donde no.
El Hombre es esquivo, porque quiere protegerse en su condición de dominación y evitar la responsabilidad, el cuidado. Como mediador de negocios, su interés es no implicarse con los resultados, tal como se vislumbra en una relación de dominación. Representa un antagonismo al punto de las teorías de Judith Butler, donde vulnerabilidad y responsabilidad se fusionan para resolver desigualdades (Butler, Birulés y Segarra, 2018). Al final, el Hombre hace una pequeña concesión y acepta conocer “el hijo” para regalarle un reloj. Cuando cede en algo, la Intérprete revela que “el hijo” era una ficción.
Con este arco narrativo, la autora utiliza la ficción para suspender y desarmar la ideología. Althusser reconoce que para ser sujeto y participar en la sociedad hace falta dejar de ser individuo; pero siempre al pronunciar el discurso uno vuelve a la ideología (2008, 141). Edward Said indicará cómo es importante para el Oriente asumir el relato de su realidad y que esta no sea una representación creada por fuera de sí. El artificio es que la Intérprete deja de ser eso a servicio de las seducciones del Hombre y pasa a hablar en la voz del Interpretado.
La conclusión de la obra se radica, así, en cómo relacionar realidad con el discurso a partir del que lo enuncia; no a partir de lo que uno enuncia sobre el otro. El discurso apunta sobre algo y hace de esto suyo. Como formula Edward Said, “identidades geográficas y culturales son creación del hombre” (2003, 24) pero que tienen una “realidad correspondiente” (2003, 25). Esta realidad, por su vez, puede moldearse según las posiciones adoptadas para enunciarla. Es la reproducción de sus condiciones a partir de la ideología, según Althusser (2008, 107). La dominación está en enunciar esta realidad y decidir lo que puede ser suyo y lo que no. Cuando es el sujeto sumiso que enseña el artificio que existe en estas enunciaciones, demuestra la vulnerabilidad del que lo enuncia y lo que sustenta su fuerza de negociación. Es una patada al tablero que exige comenzar de nuevo el juego. En los términos de Althusser, será salir de la ideología y encontrar al individuo, para mostrar que “estaba en la ideología” (2006, 142).
Bibliografía
Althusser, Louis. Ideología y aparatos ideológicos del Estado. En: Althusser, Louis. La filosofía como arma de la revolución. Madrid: Siglo XXI, 2008. pp. 102-151.
Butler, Judith. The psychic life of power : theories in subjection. Stanford University Press. Stanford, California. 1997.
Butler, Judith, Birulés, Fina y Segarra, Marta. L’embolic del gènere: Per
què els cossos importen? Conferencia en CCCB. 15 de octubre de 2018, Barcelona: https://www.cccb.org/ca/multimedia/videos/judith-butler-fina-birules-i-marta-segarra/230066
Said, Edward W. Introducción. En: Said, Edward W. Orientalismo. Barcelona : Debolsillo, 2003. pp. 19-54.
Debatecontribution 0en ¿Cómo se manifiestan en esta obra teatral la relación entre ideología y subjectividad, y la tensión entre sujeción y subversión?
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